Me sigo sorprendiendo a mí misma.
A pesar de no esperar nada, en principio, de nada ni nadie, a veces, sigo sorprendiéndome de la gente. Y por un lado es bueno, ya que creo que mantener la capacidad de seguir sorprendiéndome me hace sentir viva, aunque sea de cosas no muy positivas.
El caso es que si tienes manos, cuenta con ellas, si acaso, con los dedos, pero si crees poder contar con algo más, clarinete lo llevas...
No hay tiempo, ni espacio. La vida te enguye en sus trámites, porque el trabajo es el trámite diario que casi solapa días y atardeceres-noches que te impide vivir realmente.
Supongo que esos trámites son los que nos hacen tener una amnesia colectiva y selectiva para detrminados temas.
Estoy a punto de inicairme en las técnicas de inmersión en la amnésia cínica-colectiva para sentirme igual de bien que el resto del mundo, sin conciencia ni empatía, en la que vivir más felizmente, sin preocupaciones ni valores
Hastiada de gente extraña, que se empeña en diferenciar, que escupe largas listas de apelativos, descalificativos y opiniones demagógicas, que a base de repetirse parecen convertirse en tenebrosas certezas.
Grandes distancias que se acentúan con la ignorancia, la prepotencia que encubre al miedo y sobre todo... la pobreza de espíritu.
Felicidades, hoy, mujeres del mundo.
Felicidades también a todos los hombres del mundo que no se encuentran dentro de la descripción anteriormente citada.
Inmersa en idas y venidas, acabando la reforma que tanto costó finalizar, allá como un par de años atrás (creo), me ilusionaba con mi nueva adquisición, en el cd del coche, escuchando a Moby aparcada entre camiones, en la puerta de un almacén de materiales de construcción... Deseando volver a escucharlo en mi hogar, en poder volver a entrar en él, después de tanto tiempo fuera.
Aun así, me invadía la ilusión...