Y es el más bonito del mundo...
Tengo ganas de ponérmelo.
Este ha sido el regalo de cumpleaños para mi chico. Todo ha empezado en el tren, rumbo Lisboa.
Para un fin de semana bien apurado, nada como ir descansando en el camino.
Tengo la seria duda de que lo que más le gustó de viaje fueron las toallas de regalo de RENFE...
No me cansaría de fotografiar la ciudad.
Y sigo recordando los sentimientos asociados.
No debe ser lo mismo pasar 10 horas sentada en una silla de oficina que 10 horas andadno fuera de la oficina.
De eso me he dado cuenta tarde. Tengo el pie atontado y me hace ir como la jorobadita de Notre Dame.
Ha merecido la pena dejarme los tobillos por las calles de Lisboa. No podía dejar de andar para ver cosas... todo es interesante.
Menos mal que esta vez he descubierto lo práctico (y arriesgado) de los tranvías, que a pesar de parecer que en un momento caerás descontrolada por las cuestas sin fin y sin freno, termina siendo bastante cómodo.
A pesar de haber estado antes en esta ciudad, esta vez he descubierto la Torre de Belén, el mirador del monumento a los conquistadores (aunque es Carlos el que ha hecho las fotos desde arriba... yo no tuve valor a subir, bueno si, pero cuando ya lo habían cerrado... je, je), el mirador de santa Justa... y un viaje nocturno en tren, que a la ida no me dejaba pegar ojo, pero a la vuelta y con el cansancio, no me enteré de si iba botando de litera a litera, o de si los frenazos me golpeaban la cabeza contra las paredes.
Como siempre, vuelvo con la nariz roja, y con nuevas imágenes para guardar en mi retina.