Ayer estuve paseando mi desempleo por el centro comercial con el tiempo de merecidas vacaciones de Patri. Mirábamos todo con ojos de querer comprárnoslo.
Es difícil quitarnos el negro. Somos de las urracas, auqnuqe me cueste reconocerlo, que nos supone un esfuerzo sustituir de vez en cuando el negro por algun color que muestre evidencias de tiempo soleado.
Es curioso que, sin previo vistazo al precio,los ojos siempre se fijen en esas cosas que tu bolsillo te frena. Eso de ser pobre no tiene nada que ver con el gusto...
A pesar ne no adquirir nada nuevo (mi cuenta temblorosa me lo sigue agradeciendo esta mañana), nos probamos miles de trapos a cual más dispar.
Me he dado cuenta de que no es sólo mi bolsillo el que me frena... creo que mi edad empieza a imponerse con carácter.... sino, ¿a qué se debe que no me lleve puesto un vestido abotonado y ajustado, blanco radiante, cortísimo, y con unos tacones de charol rojo de (calculo a ojo) al menos 11 cm de tacón?. Una de dos: a mi edad, o las carcajadas de Patri en el probador llamándome enfermera cachonda bajo los ojos de ira de la dependienta.
Tuvimos también desfile de varios vestidos de campesina, escotazos imposibles, y vestidos que arrastraban por el suelo cual novia en el altar (por más que Patri de probaba taconazos, el vestido no dejaba de arrastrar por los suelos).
Así que, al menos, nos hemos reído con la prueba de disfraces y nuestro bolsillo sigue respirando.
Una huida antes de volver a la carga... un clásico en mi vida.
Por mi... me quedaba un ratito más en las nubes.