Los escalofríos me recorren el cuerpo y la nicotina la sangre. La mezcla se adereza con insomnio y frío, cansancio y ojeras. El gris se apodera de mis venas, mi pelo, mis ojos.
Y puedo pensar porque no dejo de pensar. Necesito siesta eterna, calor en el alma y caricias en el corazón. Un respiro en forma de sonrisa y un hilo de oxígeno que hinche mi pecho encogido. Algo que caiga en mi estómago para quitarme este nudo.
Esto es lo que le describí a la mujer que había en la farmacia y me dijo que no existía un fármaco que me diese lo que necesito...