Me he terminado acostumbrando a no querer ilusionarme antes de tiempo con cualquier noticia relacionada con posibles soluciones a temas pendientes de resolver que siguen teniéndome en suspenso, con un pie en el aire y el otro rozando de puntillas el suelo.
Puede que se empiecen a desatar nudos que tenían, a su vez, otros atados. A veces, por más que he tirado por uno de los dos extremos de los cabos ha sido imposible destensarlos, otras, sin embargo, si no hubiese sido por mi empeño en tirar, no hubieran pasado de seguir reproduciéndose. Lo que está claro es que todos los nudos terminan por entumecerse o deshacerse.
Los mío existen, pero yo los he tapado para no verlos. Sigo con los pies en volandas, pero sin querer ser consciente del suelo sobre el que levitan.
Un día da paso a otro, y este, al sucesivo. Eso es lo único que sé ahora.
No veo caras, no veo la mía, sólo días y noches.
No pasa nada, y si pasa, aún no soy consciente de ello. En el instante en que el Sol atraviesa mi parabrisas, cuando va ya cayendo, de vuelta a casa, tengo un momento de seriedad, de casi parecer que soy consciente, pero dura poco, sólo lo que tardo en girar en el desvío a la izquierda de la salida de la Nacional.
En ese momento se para el tiempo, que a veces me parece uno anterior, e intento recordar cómo era entonces, cómo hacía para seguir respirando, e intento recordar cómo era el ahora
y no me acuerdo.
Hoy tengo un recuerdo más que no tenía. Ha sido un recuerdo prestado, alguien que me ha dado un pedazo de algo que yo había zanjado. No sé si me ha aliviado o entristecido. Tengo que pensarlo todavía. Quizás, mejor, deba simplemente cogerlo, entenderlo, acomodarlo a mis recuerdos y volver a dejarlo allí, en mis recuerdos.